Doctor arquitecto, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Quince libros publicados hasta el momento. Libros: http://www.carloemanueleruspoli.com/ Perfil: http://sites.google.com/a/carloruspoli.com/www/
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lunes, 15 de julio de 2013
GENTE MENUDA
En casa de Julia había ratones. No había podido evitar que llegaran y se instalaran allí; ni siquiera sabía de dónde habían venido, pero su llegada había coincidido con el asesinato de Joao, el novio de Julia, mientras trabajaba en el museo.
Harta de encontrar bolsas roídas, tarros volcadas y libros con las páginas mordisqueadas, se decidió a poner trampas por toda la casa. Sobre todo, cuando encontró aquellas inmundas heces dentro del paquete de harina.
Al día siguiente de ponerlas, las revisó todas: cuando se acercó a la que colocó bajo el mueble del salón, llegó hasta ella un débil gemido. Contenta ante el resultado obtenido (y pensando que por fin vería a uno de esos malditos invasores), cogió la cajita de madera y cuál sería su sorpresa al ver asomar dos pequeñas piernecitas por el agujero de la trampa: ¡aquello no era un ratón! Con sumo cuidado, cogió las temblorosas extremidades y liberó a aquello que había caído en la trampa.
No, ciertamente aquello no era un ratón. Era una especie de ser humano en miniatura -no sobrepasaba los diez centímetros de estatura-, con rasgos muy simiescos. Estaba desnudo, tenía mucho pelo y despedía un auténtico mal olor.
Julia aferraba aquel ser, sin saber qué hacer. ¿Lo liberaba? ¿Lo encerraba en una jaula? Demonios, ¿qué era aquello? El diminuto ser golpeaba los dedos de Julia con sus pequeños puños, mientras multitud de sonido guturales salían de su boca. ¿Era aquel el ratón que la había molestado tanto? Sin pensarlo lo metió en una jaula que había quedado vacía después de la muerte de Peti Rojo, y lo observó atentamente.
El ser se agarró a los barrotes, los mordió y los pateó con una furia incontenible mientras no paraba de hacer sonidos con su aguda voz. Julia introdujo un trozo de pan entre lo barrotes, y el enanito comenzó a roerlo con fruición.
"¡Dios mío, un duende!", pensó. Era lo último que esperaba poder cazar con una ratonera, pero allí estaba, vivo y sin dejar de moverse y gritar. Parecía puro nervio.
Durante un instante se había planteado llevarlo a un centro de investigación, ¡aquello revolucionaría la Ciencia! Pero no, luego cambió de idea. Lo guardaría para sí. Después de todo, lo había cazado ella.
Mientras tanto, el duende se había comido el trozo de pan.
-¿Quieres más? -preguntó Julia, y cuando el ser la escuchó, pareció asustarse. Se retiró al fondo de la jaula y se acurrucó, temblando.
-¿Qué te ocurre? -acercó la cara a los barrotes, cada vez más, y cuando su nariz los tocó, el enano, con una inusitada rapidez, se lanzó hacia ella. Julia se apartó rápidamente, pero no lo suficiente, y el duende le arañó la nariz. "¡Maldito bicho!" pensó ella "¡ha estado a punto de sacarme un ojo!"
-Maldito seas -dijo, enfadada-. Dejaré que te pudras en tu jaula.
Fue al cuarto de baño, y se miró el arañazo en el espejo. No parecía feo. Se lo limpió, y luego se acercó de nuevo a la jaula. El enano se rió convulsivamente cuando la vio. Julia agitó la jaula, enfadada, mientras gritaba:
-¿De qué te ríes?
El ser demostró ser muy resistente. A pesar de que no le echaba de comer, parecía más fuerte cada día. Ella, al contrario, empeoraba sin razón aparente cada vez más: cada día se levantaba más cansada y decaída; cada vez se enfadaba más cuando el bicho reía, y lo hacía cada vez que lo miraba. Reía enérgica y convulsivamente, y ella se preguntaba por qué lo hacía, hasta que un día notó un mareo estando en la ducha. Goteando y descalza, salió del cuarto de baño y se acercó a la jaula. El ser comenzó a reírse.
-Es por el arañazo, ¿verdad? -le parecía que la habitación giraba en torno a ella- es por el arañazo, ¿verdad? -repitió, esta vez más fuerte y con más convicción.
De repente tuvo un vahído, y cayó al suelo. Intentó gritar al darse cuenta de que sólo podía mover la cabeza, pero ni un sonido salió de su garganta. Giró aquella en dirección a la jaula, y, horrorizada, pudo ver cómo el duende separaba dos barrotes, salía fuera y se acercaba a ella con la boca abierta, babeando y riendo a su grotesca manera...
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