Translate

viernes, 31 de mayo de 2013

Sucedió en Nochebuena

De duros y porfiados guardan fama los inviernos en Extremadura y a fe que suaves se me hacen esos adjetivos, que desde Noviembre la tramontana que baja de Gredos, se te mete en los huesos y te congela el alma. Y más si pasas la noche al raso, que conozco yo a uno que lo hizo y el día de Santiago a las cinco de la tarde, a la sombra de una higuera que me lo contaba, comenzó a tiritar y se salió al sol porque se helaba de frío. Y debía andar el mercurio en los cuarenta y tantos, y seguía tiritando.

Tres semanas le quedaban a Diciembre y dos días hacía que había donado yo la casa. Que como católico que soy, por que no se quedaran sin techo los de los bancos, amablemente les cedí mi vivienda. Que son muy buena gente y no se merecen el pasar penurias. Que tan indulgentes y bondadosos aparecen que aunque aún les debo dinero, me han asegurado que en dos meses no presentaran denuncia.

Sin techo, sin familia y sin trabajo, por no pasar la vergüenza del desahuciado salí sin rumbo de mi ciudad y bueno me pareció este pueblo para pasearlo, que pensaba yo que andando le disimularía a mi estómago el apetito. Y no era así, que a cada zancada me rugían las tripas y me recordaban que estaban en ayuno. Doce veces recorrí la principal, que dos pastelerías había en ella y con los olores que salían por la puerta aliviaba el hambre.

Se acercaba la noche y acordándome del friolero busqué refugio, que no quería yo que me pasara lo que a él. Rebusqué en mi cartera por si quedara para una pensión, pero huérfana de patrimonio se hallaba esta y tan sólo guardaba el carnet de identidad y un décimo de lotería de Navidad acabado en cuatro, que le había ganado al mús a uno que de mano se jugó un órdago con treintaiuna, y tres sietes y la sota de oros tenía yo de postre. Y como en los bolsillos no llevaba si no telarañas, a la parroquia de la patrona me llevaron mis pasos. Entré decidido en el templo buscando al sacerdote y lo hallé entretenido en colocar los cirios tras el altar. Se giró el cura cuando escuchó ruido y lo pensé cerbatana, que de enjundia nerviosa y nervuda se me hacía el clérigo, y sacos de huesos había visto yo con más carne que la que presumía. Y en los andares, me recordaba a los juncos que en las vegas de los ríos se cimbrean mecidos por el aire, y en algunos pasos se me hacía que estaba a punto de troncharse. Buen maestro de paseíllos perdió la tauromaquia.

A él me dirigí y debió ser la vergüenza la que me quebró la voz, que un siglo se me hizo lo que tardé en saludarle y tanto fue, que el sacerdote me creyó tartaja, y por sacarle del error, de carrerilla le recité mis desgracias y le rogué por el altísimo que asilo me proporcionara para la noche. No sólo me dio cobijo el santo varón si no que además de techo me ofreció empleo, que poco hacía que con Cristo se había marchado el sacristán y desde entonces andaba el cura sin ayudante. No dudé un instante en aceptar la oferta y quise besar las manos de aquel que me las tendía, pero no era el cura partidario de besuqueos y agradecimientos, por lo que se dio la vuelta e hizo que le siguiera hasta el curato donde colgó la sotana y se vistió de gris, y como era la hora de cenar nos fuimos los dos a su residencia, donde consolé mis tripas con una sopa y un huevo frito y reposé mis huesos en un catre que desde ese día lo apañaba para mí..

Cuatro días faltaban a la Nochebuena y cinco llevaba yo ocupándome de las cosas de la parroquia, y aunque alguna faena había que me negaba el triunfo, no tenía disgusto el cura con mis quehaceres. Y más contento era yo con el capellán, que nunca conocí persona igual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario