Me acostumbré a soñar con lugares remotos en
horas interminables, perfumes mortuorios introduciéndose en lo más profundo de
mis memorias, letargos tan reales, que a veces se mezclaban con la realidad
provocándome una confusión sobre el estado de mi existencia. Los días se
tornaban abulia, una pereza total se apoderaba de mis actos, no poseía
motivación alguna para aferrarme a la existencia, el único lugar donde mi alma
podía recobrar su disminuida energía se encontraba bajo las alas del sueño. En
ese sitio donde las fantasías renacen dentro de lo más íntimo de nuestras
perversiones, pude al fin recuperar mi motivación, y a su vez, un delicado
estímulo; me llevó a los rincones ocultos de la historia del planeta, un tiempo
que no puede ser ubicado bajo ninguna condición dentro de los límites de la
línea cronológica, a este tiempo onírico y hermoso le he dado el nombre de los
siglos oscuros. He aquí una de mis experiencias dentro de esta imitación de paraíso
.
Caminaba por un oscuro callejón bajo la
inquisidora mirada de la luna. La niebla era cada vez más densa y espesa,
apenas se podían divisar algunas negras siluetas de transeúntes que daban un
paseo por los rincones más desconocidos de la ciudad de Bucarest. Encendí un
cigarrillo mientras disfrutaba de lo solitario del ambiente, reinaba el
silencio con solemnidad, de pronto un grito agudo y penetrante, semejante al
chillido agónico de un cerdo al ser sacrificado, quebró la quietud de las
tinieblas.
Intenté seguir el origen del grito, parecía
provenir de un callejón muy próximo a donde me encontraba, mi respiración
comenzó a agitarse, poco a poco mis oídos percibían otro sonido, muy distinto
al anterior, pero no menos inquietante. Parecía el llanto de una niña pequeña,
demasiado aterrorizada...
El ruido se escuchaba cada vez más nítido, lo
que indicaba que me estaba acercando a mi destino. Entre la espesa niebla pude
divisar una hermosa niña aferrándose al cuerpo de un hombre que yacía en el
pavimento, lloraba desconsoladamente, con la respiración ahogada por la angustia
y el miedo. Me acerqué a ella, con mucho cuidado para no asustarla, toqué el
cuerpo del hombre: Estaba frío. Sus ojos completamente abiertos habían
congelado su última mirada, el hombre sufrió una muerte violenta y la pobre
niña lo contempló todo con sus inocentes ojos. Decidí llevar a la niña a mi
hogar, en ese momento no me importó el cadáver del hombre, lo primero era la
tranquilidad de la niña.
Gradualmente, la pequeña pareció recobrar la
serenidad. La recosté con mucho cuidado en mi dormitorio, esa noche yo dormiría
en el sofá; y al amanecer informaría a la policía sobre mi hallazgo.
Cuando por fin pude conciliar el sueño,
extrañas imágenes comenzaron a atormentarme. El hombre que yacía en el
pavimento se arrastraba ante mí implorante:
—Dame Paz —decía, yo no podía entender nada.
Al amanecer desperté sobresaltado por una
risa infantil, busqué a la pequeña por todas partes, pero había desaparecido.
Pero, eso no era lo peor: Dos gigantescos charcos de sangre manchaban mis
sábanas. ¿Alguien había entrado?... Eso era Imposible. El sistema de seguridad
de mi hogar se habría activado, nadie podía haber ingresado en la noche.
Entonces la pregunta surgió en mi cerebro: ¿De dónde provenía toda esa
sangre?... ¿Podría yo ser capaz de haber asesinado a una niña inocente y
haberla ocultado en un rincón de mi hogar? Aunque esto sonaba macabro, era una
alternativa posible. Así es que recorrí todos los rincones de mi hogar buscando
el cuerpo de la niña, pero todo fue en vano... Estaba comenzando a enloquecer,
debía hacer algo rápido, pero no se me ocurrió otra idea que inyectarme una
buena dosis de codeína, y emborracharme con una botella de Ron. Solo así pude
olvidar mi pesar por algún tiempo, en el deplorable estado en que me
encontraba, creía oír a veces la risa de la niña como si ella jugueteara por mi
hogar.
Repentinamente el sueño volvió a apoderarse
de mí: Me encontré en otro tiempo, en un lugar semejante a palestina. Un hombre
crucificado, se levantaba de su sepulcro, de sus heridas manaba abundante
sangre que caía a chorros al suelo. La niña aparecía entonces y se arrodillaba
frente al hombre y comenzaba a lamer sus heridas.
Cuando desperté algo dentro de mí había
cambiado. Mi mente parecía haber sufrido un trastorno particularmente bizarro,
mis sentidos se alteraron de un modo extraño, cada uno de estos se había
agudizado. Podía percibir cosas que ningún ser humano lograría sentir.
Escuchaba el sonido del aire, el particular ruido que emiten las hormigas
cuando devoran a su presa, podía ver a través de gruesas superficies, observaba
con nitidez las partículas que conforman el aire, en fin; poseía una amplia
superioridad sobre cualquier ser medianamente pensante en la faz del planeta,
pero esto no era todo.
Fue una noche de julio cuando logré comprender
la causa que había provocado estos trastornos en mí, puedo asegurar que no
estaba dormido, de hecho caminaba por las callejuelas de Bucarest, en medio de
la oscuridad. Ahora disfrutaba enormemente la noche, pues en el día me sentía
enfermo y fatigado a pesar de que me alimentaba con gran avidez.
Me asombré enormemente al contemplar al
hombre que yo creía muerto, arrastrándose con la mitad de su cuerpo por las
calles de la ciudad, se acercaba gimiendo hacia mí, con una voz que trataba de
parecer humana, pero más bien se asemejaba al aullido de un animal salvaje.
Cuando estuvo frente a mí abrió completamente su boca desdentada y vomitó un
liquido que parecía sangre, pero era considerablemente más viscoso y repulsivo.
Entre todo ese horror orgánico el hombre me advirtió:
—Ella vendrá por usted.
Después de esto el hombre desapareció,
sin dejar rastro...
Corrí por la ciudad asustado, sentía que una
fuerza maligna me perseguía... Yo corría sin saber hacia dónde, hasta que algo
invisible golpeó mi nuca y me derribó dejándome inconsciente.
Ella me miró a los ojos y con su voz dulce y
melodiosa como un coro de serafines, dijo: —Toma mi mano y sígueme.
Cómo si todo el mundo cambiara en un
pestañeo, me encontré en un lugar desconocido, todo parecía mutilado; el cielo
horriblemente negro, no poseía estrellas; la flora y fauna eran extrañas a todo
lo que había visto en el mundo, seres alados surcaban los cielos con infinita
gracia.
Ella me miraba y sonreía con una dulzura
confusa, algo perversa. Es difícil para mí describir lo prodigioso de la
desértica naturaleza que ahora mis ojos contemplaban, tiempo después supe el
nombre de aquél país: Olvido.
A medida que mi compañera y yo avanzábamos
por ese terreno yermo y muerto, vi un lugar muy extraño, pero bastante
familiar.
Era mi tierra natal. Un lugar de Transilvania
al que sus habitantes llamaban Pueblo de vampiros. Allí monstruosas cadenas de
montañas estaban perforadas por un gran número de cavernas, que según la
leyenda, servían de moradas a mendigos que no pertenecían al mundo de los hombres,
no tardé demasiado en comprender que las historias que contaban los viejos en
el pueblo eran algo más que simples leyendas.
La niña me llevó dentro de una de las
innumerables cavernas, me contó una historia, un relato que para siempre
cambiaría mi percepción del universo. Me contó acerca de un hombre que venía
desde las estrellas, un ser excepcional maldecido por su Dios, y condenado a
morir en manos de su propio pueblo. Un ser que gobernaba en un lugar más allá
de la noche, alguien que al morir en la cruz había murmurado una extraña
sentencia:—El que beba de mi sangre y coma de mi carne, tendrá vida eterna.
En la época medieval sanguinarios
hombres usando el estandarte de la cruz, buscaron el recipiente que contenía la
sangre del ángel descendente. Los hombres buscaron en lugares equivocados.
Yo había sido elegido entre millones de seres
para absorber aquél precioso líquido. En una caverna, yo estaba rodeado por
seres que parecían eternos, aquella niña me dio a beber de aquel recipiente de
oro.
La preciosa droga me sumió en un estado de
excitación profunda, demasiado profundo como para no percatarme de que había
sido iniciado en una nueva forma de existencia, privado de absurdos
sentimientos como amor, piedad y compasión. Me transformaba poco a poco en un
ser superior. La niña reía con una carcajada maldita. Su rostro antes hermoso y
angelical se contraía en una expresión demoniaca, llevaba un bebé en sus
brazos, un bebé que lentamente calmaría su sed, esa sed maldita y criminal a la
cual mi estúpida curiosidad me había llevado.
Ahora estoy aquí, en la profundidad de una
caverna, oculto de los seres que más amo, pedazos de cadáveres decoran mi
morada, la niña maldita yace a mi lado, todas las noches ella me trae una
víctima para saciar mi sed, mis ojos jamás podrán contemplar un nuevo amanecer.
La noche y la diabólica niña serán mis únicas compañeras por el resto de la
eternidad.
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