Yo no existo porque no me da la gana. "Cogito, ergo sum", que en castellano se traduce frecuentemente como «pienso, luego existo», siendo más precisa la traducción literal del latín «pienso, entonces existo», es un planteamiento filosófico de René Descartes, el cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental. ¿Pero, no está el hombre dotado del libre albedrío? Pues yo he decidido no existir. No quiero existir. Y por eso no existo. Y conociendo la suerte que me acompaña, seguro estoy de acertar en el empeño. Que de existir, no dudo en que lo haría de forma miserable. Que al mundo vendría alumbrado por candiles, porque carente sería mi familia de posibles para la luz eléctrica. Si deforme no naciera, al menos alguna tara si habría de padecer, y cojo, manco, tuerto o descerebrado comenzaría yo la carrera de la vida. No me privaría en mi infancia de ninguna de las enfermedades propias de ella, que sufriría de la varicela y el sarampión. Paperas, escarlatina, la fiebre de los tres días, y la tosferina. Y si de todas ellas saliera ileso no se librarían mis huesos en la juventud de bregar contra la tiña, la sarna, la roña, la disípela, el dengue y hasta el moquillo. Si novia encontrara, a razón del novio sería ella y andaría su cara asustando al miedo, y a más de dos quintales llevaría el fiel de la balanza si alguna vez hiciera por pesarse. Hijos tendría con la descrita y a Dios ruego que fuera yo cornudo, porque no se pareciera ninguno a mí. Cobijo le daría a mi familia en la chabola, que siendo tan pusilánime, del estado cobraría pensión y corta sería esta, que por no saber hacer los papeles, me pagarían por tonto. Y llegaría la muerte y como fue mi existencia sería ella, que nadando entre mierda abandonaría el mundo. Y lo haría sólo y asustado. Y si fuera así mi vida no crea ninguno que la suya anda lejos. Que quizás muchos, alumbrados hayáis sido en familia acomodada, y no sufráis tara alguna, ni enfermedades. Felices seáis además en el amor, y guapa sea vuestra pareja y preciosos y rosados vuestros hijos. Y tengáis un buen trabajo, y un precioso chalet en las afueras. Disfrutéis de una vida que larga y grata os resulte. Y satisfechos os sintáis de ella. Pero llegará la Parca y como yo, abandonaréis el mundo envueltos en mierda. Que por naturaleza, lo primero que pierde el hombre con la muerte es la dignidad. Que con el último suspiro se aflojan los esfínteres y al cielo partimos todos llevando los meados y las heces como equipaje. Por eso yo no existo. No me da la gana existir. Yo no existo. O sí. O no. O quizás existo sólo a veces. Tal vez sea el personaje de una novela inventada por un escritor de medio pelo que, ahogado en alcohol, pasa las noches imaginando mamarrachos en un folio manchado de café. Y luego con el alba, rompe el folio. Y vuelvo a ser nadie. O puedo ser un recuerdo. El mal recuerdo de un hombre viejo, que sentado en el sillón espera paciente a que la muerte haga su trabajo. Rememora una y otra vez su vida, buscando una razón por la que los otros deban acordarse de él. Y no hay ninguna. Y yo soy su recuerdo. Su mal recuerdo. Pero no. Yo estoy hecho de carne y osamenta, sudo con el calor y tirito con el frío. Poseo gusto, tacto, vista, olfato y oído. Y puedo sentir. Y tengo alma. O quizás no. Hace mucho tiempo que no noto en la boca un sabor distinto. La fruta, la carne, el pescado, todo tiene el mismo sabor. Todo sabe anodino, indiferente. Todo me sabe a nada. Puedo tocar. Y todo es áspero. El mármol, el cristal, el terciopelo. Todo hiere las yemas de mis dedos. Todo es igual. Rugoso y frío. Puedo ver. Veo la muchedumbre que camina sin rumbo y me sumerjo en ella. Y nadie me ve y a nadie veo. Soy uno más. Un invisible más. Tengo voz. Una voz muda. Un sonido callado. Un ruido apestado del que todos huyen sin darse cuenta. Y os oigo. Y todos decís lo mismo. Algunos apenas susurran. Otros conversan. Los desesperados gritan. Y yo os oigo. Y no escucho nada. Me late el corazón. Y en él siento la alegría y la pena. La esperanza y el amor. Y noto que nadie se alegra conmigo, que nadie me duele. Nadie espera nada de mí. Nadie me ama. Y tengo alma. O quizás no. Yo no existo. O sí. O no. O quizás existo sólo a veces.
Doctor arquitecto, autor de numerosos títulos técnicos y catálogos, así como de proyectos de edificación y ensayos. Ensayista de artículos de índole técnica y cultural en varias revistas, colaborador de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Escritor de historia, antropología, anécdotas de vida profesional y novelas históricas. Quince libros publicados hasta el momento. Libros: http://www.carloemanueleruspoli.com/ Perfil: http://sites.google.com/a/carloruspoli.com/www/
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